Tras muuuucho tiempo sin publicar nada, vuelvo. Han pasado tantas cosas desde principios de año... No puedo contarlo todo de pronto!!
Sin embargo, sí que me gustaría contaros un fragmento de lo que me ha pasado. He escrito para ello un relato corto en el que, usando metáforas, explico hechos reales.
Es la primera vez que escribo algo así, y la verdad es que me he encontrado bastante cómodo haciéndolo. Espero que os guste.
Ahí va:
Ella abrió la puerta.
–No te vayas todavía –dijo quedamente un chico a sus espaldas.
La habitación se había enfriado enseguida. Desde que ella había abierto la puerta, corrientes gélidas se arremolinaban por la estancia.
Una lágrima solitaria descendió lentamente por la mejilla de la chica. Él bajó la mirada, se levantó a por su abrigo, y tras ponérselo se volvió a sentar en su silla, delante del ordenador.
–Anda, cierra la puerta y siéntate –dijo con una sonrisa cansada, señalándole la silla que había a su lado.
Las nubes cubrieron el cielo, cubriendo la luz de la luna, y la ciudad sucumbió enseguida a la oscuridad. Oyeron los truenos, y vieron cómo las gotas de lluvia golpeaban incesantemente contra las ventanas.
La chica hizo un ademán de cerrar la puerta, y quedarse con él; pero la detuvo cuando estaba a punto de cerrarse, y la sujetó con una mano temblorosa. Miró a la calle y tuvo miedo. No habían encendido las farolas de la calle todavía, y eso la preocupaba. ¿Por qué no encendían las luces de una maldita vez? No le gustaba la oscuridad; a decir verdad, la temía.
De pronto, se oyó un chasquido, y la luz de las casas desapareció, fundiéndose con la oscuridad de la noche. Ella no pudo evitar gritar; él golpeó la mesa con rabia, pues no había guardado el trabajo que estaba haciendo.
Él se levanta y mira por la ventana. No hay nadie. ¿Quién se pondría a caminar por la calle con el agua que estaba cayendo? Se gira y mira a la chica. Está todavía temblando, no sabe si de frío o de miedo.
–Me voy –anuncia finalmente armándose de valor.
–Ten cuidado –responde él–. ¿Quieres una chaqueta o un paraguas?
–No necesito tu ayuda –dice secamente ella.
Ella lo miró por última vez, y cerró la puerta tras de sí de un fuerte portazo.
–Se perderá –se dijo en voz alta, sin apartar los ojos de la puerta. ¿Debería ir a por ella?
Fuera llovía a cántaros. La chica caminaba lentamente por la mitad de la calle, y al cabo de unos minutos llegó a las afueras de la ciudad.
No se despidió de su mejor amiga. La empezaba a considerar una aprovechada, y le achacaba gran parte de sus problemas con el chico.
Se iba a su nueva casa, en la ciudad de al lado, en donde había hecho nuevas amistades con sus vecinos.
Cruzó la avenida, vacía y a oscuras. Se quedó pensando un momento y, asustada, intentó recordar dónde estaba su casa. ¿Cómo podía olvidar una cosa así?
Se sentía más sola que nunca.
Y fue entonces, en ese instante, bajo la lluvia y en la más densa calígine, cuando descubrió que lo había perdido todo.
Y fue también entonces cuando recordó lo que él le había dicho: "Te estás deshaciendo de tus amigos, uno a uno. ¿Cómo no puedes darte cuenta?".
La joven se acurrucó mientras sollozaba amargamente. La profunda voz del chico al que amaba volvió, más intensa que antes. "Los amigos son como los árboles. Cuando dejas de regarlos se pueden resentir, pero tienen todavía la lluvia. Los amigos no olvidan; si te fijas en los anillos de una tronco, puedes ver cuándo hubo sequía".
Fría, mojada, sola y cansada, se recostó en el asfalto. Salvo los sonidos de la tormenta, todo estaba silencioso. Ya no tenía nadie en quien confiar, con quien hablar abiertamente, nadie a quien contar sus secretos.
Estaba, sencillamente, sola.
¿Fue de verdad necesario hacer lo que hizo? ¿Cómo pudo hacerle eso... a él? Había sido una tonta, imprudente e incauta cual niño jugando en un acantilado.
Pero ahora ya era tarde. Debía olvidarlo todo. "Juntos podemos arreglarlo", le había dicho él.
¿De verdad era tarde? En la ciudad del chico hubo sequía, durante mucho, mucho tiempo; pero ahora llovía.
¿Qué significaba aquello? ¿Por qué llovía?
De pronto se levantó, asustada. Había escuchado el ruido de unos pasos cerca de ella. Una sombra se acercó a ella.
Gritó. Empezó a correr, pero tropezó con el bordillo de la acera y se golpeó la cabeza contra el suelo.
–¿Estás bien? –preguntó la voz en un tono indulgente.
–¡Eres tú! ¿Qué haces aquí? –dijo con una mezcla de alivio y rabia.
El chico no contestó enseguida.
–Hace frío, llueve, y ahora estás herida. Te he seguido porque temía que te perdieras. Y te has perdido, ¿me equivoco?
–¡Claro que no me he perdido! ¿Por quién me tomas? –respondió algo avergonzada.
El chico no le hizo caso.
–Toma –dijo ofreciéndole ropa de abrigo y un paraguas.
Ella enfureció.
–¡Ya te he dicho que no lo quiero! ¡No quiero tu ayuda! ¡Déjame en paz!
Él perdió la paciencia.
–Cómo puedes ser tan ególatra, tan... hipócrita. Sinceramente, no tengo palabras para describirte. Aquí te lo dejo todo –musitó dejando en el suelo lo que había traído para ella–. Me voy –anunció finalmente, dándose la vuelta–.
–No me busques, ni me sigas. Olvídate de mí.
El joven se giró al oír su voz, y su rostro dibujó una sonrisa amarga.
–Espero que sepas lo que estás haciendo.
Se dio de nuevo la vuelta y desapareció entre las tinieblas y la cortina de agua.
Cuando dejó de oír sus pasos, examinó lo que le había traído. Se abrigó, se protegió de la lluvia con el paraguas, y se comió lo que había en el interior de la fiambrera.
La lanzó lejos, y empezó a caminar sin rumbo, fundiéndose en la oscuridad.
Nadie la volvió a ver.
¿Qué os ha parecido? Espero vuestros comentarios! ;)